Durante una sesión reciente de mi curso de Capacidades Estratégicas, una participante comentó: “Este es un escenario muy pesimista”, justo después de presentar una mirada honesta sobre el estado actual del diseño de experiencia y producto. La frase me quedó resonando, quizá porque la escuché en otros lugares también. Días después, en una conversación en LinkedIn, leí una serie de reacciones críticas ante otra publicación que anunciaba —como tantas— la “muerte de UX”, y que sugería que el verdadero valor del diseño está en lo estratégico y que todo lo demás es producción.
Ambas situaciones apuntan al mismo fenómeno: durante más de una década la industria construyó expectativas que no siempre se alinearon con la realidad. Se instaló la idea de que UX era, ante todo, un proceso centrado en las personas y que las organizaciones eventualmente se transformarían en “design-driven”. Muchos roles se definieron alrededor de esa promesa, y quienes entraron a la disciplina —en distintos momentos— lo hicieron bajo un discurso que se repetía: diseño como “defensor del usuario”, diseño como “brújula ética”, diseño como “voz imprescindible”.
Pero en la práctica, la inserción del diseño en las compañías respondió a dinámicas distintas. Las organizaciones necesitaban producir y operar productos digitales como parte de su negocio, con plazos, restricciones y prioridades muy concretas. UX se integró a esas estructuras no como una fuerza transformadora autónoma, sino como un componente más dentro de un engranaje orientado a resultados. No es que la intención original fuera falsa, sino que la promesa excedía el espacio real que la industria, con sus necesidades concretas, podía ofrecer.
Esa brecha entre expectativa y práctica produjo confusión y, con el tiempo, frustración. Muchas personas interpretaron esa tensión como una falta de visión de las empresas, como si “no entendieran” el valor de diseño. Pero después de años observando equipos, liderazgos y proyectos —y habiendo vivido de cerca la evolución del diseño digital desde sus primeras etapas— veo algo distinto: el problema no es que el diseño haya perdido valor, sino que su valor nunca estuvo donde lo situamos.
Hoy la industria está reconfigurándose. Los roles evolucionan hacia perfiles más amplios —product designers, roles T-shaped o incluso E-shaped— y se privilegia la capacidad de aportar en varias dimensiones del proceso, no sólo en lo operativo. Y sí, también hay equipos más pequeños y un contexto laboral más incierto. La Inteligencia Artificial no originó esta crisis, pero la acelera. Automatiza tareas, presiona por eficiencia y obliga a redefinir qué significa aportar valor.
Es lógico que todo esto genere desilusión. Cuando un relato dominante se cae, lo inmediato suele ser cuestionar el mensaje o al mensajero. Pero creo que estamos en un punto donde necesitamos ajustar la mirada. El diseño sigue teniendo un espacio relevante, especialmente cuando logra conectar lo que las personas necesitan con lo que el negocio busca lograr. Ese puente, que siempre ha sido estratégico, es más importante que nunca.
La salida no está en aferrarnos a un rol idealizado ni en defender una identidad que ya no se sostiene. Está en adaptarnos: ampliar nuestras capacidades, entender mejor el contexto de negocio, asumir una mirada sistémica, integrar AI de manera inteligente y aportar donde más impacto podemos generar. La operación importa, lo estratégico también, y ambos requieren habilidades que siguen siendo profundamente humanas.
Y si hablamos de oportunidades concretas, hoy veo al menos cuatro muy claras:
- Fortalecer capacidades estratégicas: pensamiento crítico, pensamiento estratégico, liderazgo, toma de decisiones y articulación de valor, entre otras.
- Asumir un rol más activo en producto: entender modelos de negocio, métricas clave y ciclos de creación de valor.
- Integrar AI como aliada: usarla para ampliar alcance, acelerar procesos y elevar la calidad del trabajo, en lugar de competir contra ella.
- Ampliar las capacidades y asumirnos como perfiles híbridos: profesionales capaces de movernos entre research, diseño, estrategia y comunicación, según lo requiera el contexto.
Quizás esta crisis se siente distinta, pero no deja de ser una más en la historia del diseño digital. Y como en otras antes, también trae oportunidades reales. Tal vez sea el momento de dejar de resistir lo que ya cambió y empezar a construir desde ahí. El valor sigue ahí; lo que cambia es la forma en que lo ejercemos.
